viernes, 16 de octubre de 2009

CAPITULO 28

CAPITULO 28

El ruido de las copas estrellándose contra el suelo fue apagado por el sonido del sintetizador del disk-jockey. Ángel corrió tan rápido como la gente le permitía hasta el baño. Pudo ver a Dani peleándose a bofetada limpia con otro tipo a la entrada de los aseos. Los dos porteros les separaron, y justo cuando Dani se encaraba con uno de ellos, alguien le sujeta por los brazos.

- ¡Cálmate!,- le gritó Ángel mientras le sacaba de allí.

Dani seguía lanzando improperios, algunos en catalán, otros en castellano, mientras el portero le miraba amenazante. Ángel le arrastró hasta salir del local. Ya fuera, le voltea y le aprisiona en la pared del edificio colindante.

- ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Se te ha subido el alcohol a la cabeza o qué?

Ángel gritaba a pleno pulmón, no se sabe si por el enfado o porque seguía con los oídos taponados por la música.

- ¡Déjame en paz!,- exclamó Dani, dándole un empujón para apartarle y caminar calle arriba.

Ángel le toma el brazo, pero Dani se deshace de él con una sacudida del brazo.

- ¡Dani!

Ángel se quedó quieto en la calle, como una estatua, mientras veía cómo su amigo caminaba por la calle, enojado y cabizbajo.

- ¡Dani!,- volvió a gritarle, pero Dani seguía sin hacerle caso.

Ángel recuperó la movilidad, corrió hasta él, y le hizo volverse.

- ¡Te he dicho que me dejes en paz!,- y levanta el puño, preparado para impactar contra el rostro del pequeño.

Ángel consigue detenerlo a tiempo con su mano.

- ¿Se puede saber qué pasó ahí dentro?

Ángel le miró, entre enfadado y asustado. Dani se le quedó mirando, con los ojos inyectados en sangre, pero, poco a poco, fue endulzándose su rostro hasta que terminó llorando. Se arrodilló en el suelo y se tapó el rostro entre sus manos. Ángel se puso de cuclillas delante de él.

- Cuéntame...,- le dijo, tocándole el hombro.

- No. No puedo. Has sido siempre tan bueno conmigo que si te lo digo te romperé el corazón.

- ¿A qué te refieres?

Dani levantó la mirada.

- Ese tipo... con el que me he peleado...,- vuelve el rostro -. No puedo contártelo.

- ¡Hey! Que somos amigos. ¡Qué digo amigos! Eres mi marido. Puedes contarme lo que sea.

"Eres mi marido". Aquella frase le hizo más daño que los golpes de la pelea. Dani se miró el dedo corazón. Ángel le levanta el rostro y le seca las lágrimas con sus propias manos.

- ¿Quién era ese? ¿Le conocías?

- Sí... En cierto modo...

- Dímelo, venga.

- Sólo sé que se llama Pablo, y que esta es su zona.

- ¿Su... "zona"? ¿A qué te refieres?

- Pablo es un camello... Mi camello.

"Mi camello". "Mi... mi... mi..." ¿Cómo que "mi" camello? ¿Desde cuando Dani tomaba drogas? Vale, de acuerdo. Algún que otro porro se fumó en su época, pero Dani no era así. No. Ángel no lo quería admitir. Era imposible. Pero, ¿desde cuando? ¿Y qué tipo de droga le pasaba? ¿María? ¿Coca? ¿Éxtasis? ¿Y cuándo la tomaba? Porque él nunca le había visto nada sospechoso. ¿Y cómo las tomaba? ¿Vía oral, nasal, introvenal?

- ¿Cómo que tu camello?,- Ángel no se lo podía creer.

- Sí, Ángel. Te escondo secretos. Ya sé que desde el primer día que nos conocimos, allá en nuestra amada Barcelona, no hemos tenido secretos. Pero yo he preferido guardar este, porque sabía que si lo sabías, te defraudaría.

- Pero...

- Todo comenzó al poco de acabar el programa,- Dani empezaba a calmarse -. No podía soportar el que empezarán a olvidarnos, y para olvidarlo, no encontré otro remedio más que meterme en las drogas. Un día, paseando sólo por la calle, le ví, en una esquina. Me resultó raro verle inquieto. Me quedé observándole escondido entre la oscuridad de la noche. En pocos minutos, varios chavales se le acercaban, y se sacaba algo del bolsillo y se lo daba. Al momento comprendí, y pensé en mí, en mi situación. Así que me acerqué hasta él. El chico, cuando me vio acercarme, pensó que era un policía, y se puso a andar, pero le dije que no me temiera, que yo quería lo mismo que aquellos chicos. Me reconoció y me dio esto,- saca de su bolsillo una pequeña bolsita de plástico con unos polvos blancos en su interior -. Bueno, esto precisamente no. Me lo ha metido en el bolsillo esta noche. Pero sí que me dio lo mismo aquella vez. Era la primera vez que hacía aquello. Me quedé mirando aquella bolsa minutos, ¡qué digo minutos! ¡Horas! Estaba sólo en casa, mientras tú estabas haciendo tu monólogo... Aquel último que hiciste. Cuando volviste...

- ¡Ahora lo entiendo!,- le interrumpió Ángel -. Por eso cuando llegué estabas tan nervioso...

- ¡No, no! ¡No hice nada! Estaba nervioso por los remordimientos. Lo que hice fue esconder la bolsa unos días, hasta que, cuando ya no nos llamaron (al menos a mí), me decidí. Y ahí estaba yo, en casa, preparando mi primera raya. Supe en todo momento, durante todo este tiempo, que lo que estaba haciendo estaba muy mal, pero me podía, era superior a mis fuerzas. Cada aspiración me ayudaba a olvidar mis problemas y me hacía feliz. Pero te juro que cuando nos casamos, decidí dejarlo...

- Yo te habría ayudado...

- ¡Y lo hiciste! Fuiste mi apoyo, la fuerza que reforzaba mi voluntad, y conseguí dejarlo. Pero aquel tipo, no sé cómo, conseguía encontrarme. Cuando le dije que ya lo había dejado, se volvió paranoico, y todos los días me seguía para que le comprara más. Me sentí acosado (quizá quería que sintiera eso para comprarle más mercancía). Pero desapareció de la noche a la mañana, y creí haberme deshecho de él... hasta esta noche...

- Vamos a la policía,- contestó Ángel, ayudándole a levantarse.

- No, no. Déjalo. Ya no me importa. Lo que me importa ahora eres tú, tu reacción... Y comprenderé que no me quieras ver en la vida. Pensé que contándotelo me iba a sentir mejor, pero me siento peor, me siento sucio. Y esta suciedad no se va con agua y jabón...

Dani se dio la vuelta para irse, pero Ángel le retiene, le vuelve, y, mirándole a los ojos, le replica:

- Sabes que me puedes contar cualquier cosa, que yo siempre estaré ahí contigo. Sin recriminaciones.

Y le besa.

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