martes, 6 de octubre de 2009

CAPITULO 20

CAPÍTULO 20

Cuando acabó el programa, el público se arremolinó en torno a nosotros. Todos con las cámaras preparadas y los flashes a punto. Notaba a Ángel con cierto estrés (casi como el día del hospital), pero lo disimulaba bastante bien. A mí también se me abalanzaban con la misma pregunta: "¿Pero es verdad?" Yo no sabía qué contestar, entre otras cosas, porque mi mente había conseguido fugarse de ese atolladero de personas y preguntas.

- ¡Eh! ¡Que yo soy la presentadora!,- exclamaba Patricia, en un vano intento por salvarnos de aquella marabunta humana.

- ¡Chicos, chicos, chicos!,- dijo Ángel, levantando los brazos. Aquello calmó a la gente -. Todos estáis preguntando lo mismo, y entendednos. Hace dos días que salí del hospital y, bueno, habéis visto las imágenes. Por favor, dadnos un respiro. Gracias.

El público calló. Se podía oír hasta las pisadas de una hormiga en el plató de al lado. Se notaba el ambiente triste, desganado. Ángel quería irse (huir) de allí cuanto antes. Yo sabía lo mucho que gustaba Ángel entre nuestro público, y aquella escena me empezó a dejar bastante mal sabor de boca, por lo que reaccioné.

- Ya habéis oído a Ángel, no le atosiguéis con todo lo de hoy. Y si lo hacéis, Ángel, muy gustoso, se hará fotos con todos vosotros,- Ángel se volvió hacia mí con cara de asesino. Yo le miré.

- "Entiéndelo...",- traté de decirle con la mirada.

Ángel accedió y, aunque en las primeras fotos se le notaba la pose a regañadientes, pronto empezó a divertirse y a olvidarse de todo. Es más, terminó por charlar con algunas personas del público. Algún osado pedía una foto de nosotros besándonos, pero Ángel, no sin cierto enfado en su tono de voz, respondía: "Mañana en Internet habrá un millón de fotos del programa".

Aquello se alargó mucho más de lo normal; es más, cuando NOSOTROS salimos, ya estaba anocheciendo (vale, de acuerdo, al ser invierno, ya era de noche antes de las seis, pero es que daba la sensación de que hasta las discotecas ya habían cerrado y todo). Y aquella oscuridad era perfecta para que nos sorprendieran los de siempre. Con una lluvia de destellos cegándonos, tratamos de salir de allí. ¿Que cómo sabíamos que no eran más fans esperándonos fuera? Pues por una sencilla prueba: nos metían los micrófonos casi hasta la tráquea. Conseguimos salir todos de allí. Nos repartimos por todo el aparcamiento del edificio, llegando a nuestros coches y salir de allí. Conseguí llevar a Ángel hasta mi coche y encerrarnos en él. Las cámaras y los micrófonos pronto nos rodearon y apenas dejaban ver por las ventanas. Encendí el motor y las luces. Con gestos pedí a la gente que se apartara, pero no hacían caso. Hasta que...

- ¡Ángel! ¡Ni se te ocurra!

Ángel bajó la ventanilla. Un enjambre de micrófonos entró y comenzaron a picar a Ángel. El zumbido producido por las preguntas sólo era entendible por el enano.

- Mirad el programa de hoy,- y comenzó poco a poco a subir la ventanilla. Los micrófonos, uno a uno, salieron del coche.

Metí la marcha atrás. Las luces traseras alertaron a los periodistas que estaban tras el coche. Se empezaron a apartar. Yo, mirando hacia atrás, conseguí maniobrar medio bien para salir de ese remolino de luces y personas. Cuando ya nos vimos libres, cambié de marcha y salí del recinto lo más deprisa posible, pero un ruido nos distrajo y por un segundo casi volvemos al lugar del que hace tan solo unos días salimos.

- ¿Qué coño ha sido eso?,- pregunté.

Ángel se volvió. La ventanilla trasera estaba rota, y una piedra reposaba en el asiento trasero.

- ¡Serán cabrones!,- susurró Ángel, cogiendo la piedra y enseñándomela.

- ¿Estás bien?,- le pregunté.

- Sí, ¿y tú?

- Sí, muy bien. Pero el susto ya no me lo quita nadie. ¿Por qué nos hacen esto?

- Lo que quieren es que nos enfademos... Y lo están consiguiendo. Pero hay que reprimirse, si no, acabaremos siendo como ellos.

- Pues esto es sólo el comienzo... Lo mismo mañana nos levantamos con las cuatro ruedas rajadas.

- Cuando lleves el coche al taller, ¿qué les dirás?

- La verdad: que me han tirado una piedra al coche.

Cuando llegamos a nuestra casa, decidí pasar de largo.

- ¿Qué haces?

- Por si hay más por aquí...

Con miedo, aparqué casi en la otra punta de la calle, y, con ojo avizor y paso lento, llegamos hasta la puerta. Abrí y entramos. Seguro que habría alguno por ahí escondido grabando o fotografiando entre los matorrales o los cubos de basura (desde lo de la Cuore tengo siempre esa paranoia). Llegamos a casa y nos dejamos caer en el sofá. Se nos habían quitado las ganas de cenar.

- ¡Qué día!,- exclamó Ángel.

- ¡Y la noche que nos espera!,- respondí yo, viendo mi móvil. Tenía diez mensajes y otras tantas llamadas perdidas. Todas de número familiares (en todos los sentidos). Ángel también echó mano de su teléfono.

- Y ahora, ¿qué hacemos?,- pregunté.

- Lo dejamos para mañana.

- ¿Y si nos echan la bronca de no contestarles hoy?

- Pues les decimos que, después del programa, todo el mundo nos preguntó lo mismo. Y que hubo un ejército de periodistas atrincherados fuera. Y que nos estresamos.

- Joder, estoy tan cansado que no tengo fuerzas ni de estresarme.

- Pues yo sé una manera de animarte.

- ¿Cuál?

Y se me abalanzó. Sí, ahí mismo. En el sofá. Y la verdad es que el estrés me lo quitó, pero la líbido se me subió como la espuma.

1 comentario:

  1. OMG! Esto está super interesante tio! Como molan las escenas de ''yo te animo'' xd
    Muchos besos *_*

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