jueves, 15 de octubre de 2009

CAPITULO 27

CAPITULO 27

Apenas media hora más tarde, salieron por la puerta. Dani y Ángel estaban realmente contentos, la alegría brillaba en sus personas con todo su esplendor. Dani hasta había olvidado sus penas y pesadumbres. Ángel lo consiguió. (Con ese nombre era normal que obrara milagros como aquel). La noche madrileña era bastante fría a aquellas horas, pero, a pesar de ello, Dani se puso su chaqueta vaquera, y Ángel eligió su chupa negra. ¿Para qué coger un abrigo si en la discoteca entras en calor al momento? ¿Y qué haces luego con el abrigo? Cualquiera que pasara a su lado, o que simplemente les viera, notarían a su alrededor un gran aura, un aura radiante de amor. Cada vez que se miraban a los ojos, bajaban la mirada y sonreían, y cuando sonreían, se volvían a mirar.

A pesar del alumbrado de la calle, la luna todavía se hacía notar en el cielo, aunque hubiera aún alguna nube celosa que quería ocultarla. La luna. "Luna, hermana, la menor/lucero del amor/espía de las noches de pasión". Silencioso testigo de las nocturnas reuniones de amantes. Pálido rostro de los encuentros amorosos. La luna. ¿Cómo una roca de millones de toneladas de peso a cientos de miles de kilómetros puede producir tal sensación?

Ángel y Dani llegaron, después de un largo paseo por la cuidad, a una discoteca. Decidieron entrar. Fueron directos hasta la barra. Ángel pidió y pagó, pero no se movieron del lugar. A pesar del volumen de la música, el ambiente era el adecuado para hablar tranquilamente. ¿Y de qué? ¡Daba igual! Lo importante era que pudieran hablar entre los dos. Pero aquella magia se vio interrumpida por un comentario de Dani.

- ¿Te has dado cuenta que desde que entramos aquí, nadie ha venido a pedirnos un autógrafo ni nada?

El rostro de Ángel empezó a endurecerse.

- ¿Qué te dije antes?

- ¡No, no! Me has entendido mal. Lo que quiero decir es que este es el lado bueno de que la fama se olvide de ti. El poder hablar tranquilamente con tus amigos, tu familia, tu pareja en un lugar público sin avasallamientos.

La sonrisa volvió al rostro de Ángel.

- Y ahí está esa sonrisa de nuevo. Esa sonrisa que me enamoró de ti. Si se apagara el sol de repente, a mí me basta con tu sonrisa.

Ángel se sonrojó.

- Es lo más cursi y vomitivo que he oído nunca.

- ¿Y qué quieres? Son el tipo de cosas que se dicen cuando se está enamorado,- y abraza por la cintura -. Venga, intenta tú decir algo.

- Es que no me sale.

- Piensa un poco.

¿Qué piense? Pero, ¿el qué? Él no tenía ni idea de chorradas como aquella. Lo que hizo minutos antes en casa le parecía lo más romántico que hizo en su vida. Pero, ¿un piropo? Lo más suave que se le venía a la mente eran piropos de obrero. Pero consiguió encontrar algo mínimamente decente cuando vio el rostro de Dani.

- Quien fuera barba para estar todo el día cerca de esa boca.

- ¿Ves cómo había algo por ahí?

Se abrazaron y se besaron. Pero se vieron interrumpidos por la música. Dani, entusiasmado, tomó a Ángel del brazo y lo llevó al centro de la pista de baile.

- ¿Qué haces?

- Sacarte a bailar.

- Pero se me da fatal...

- ¡No digas tonterías!

Y ahí estaba Dani, moviéndose al son del ritmo, marcando el paso al tiempo que el grave, levantando los brazos como si fuesen el metrónomo que marcada la melodía. Y ahí estaba Ángel, quieto como una estatua en mitad de la pista.

- ¿Qué haces que no te mueves?

- Ya sabes que no sé bailar...

- ¡Déjate llevar!

- Es que yo...

Y Dani se coloca detrás de él, le toma de los brazos, y le ayuda a moverse. Le agarra de la cintura mientras posa su barbilla en el hombro.

- ¿A que no es difícil?

Mirándolo, uno puede recordar fácilmente a cierto sketch del programa donde Ángel bailaba igual de divertido... Y sensual. Poco después, Dani se disculpó para irse al baño. Mientras, Ángel iba a la barra a por otra copa. Cuando se vuelve, ve a dos armarios empotrados abalanzarse sobre el gentío, apartándolos con palas, en dirección a la puerta del baño.

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