jueves, 12 de noviembre de 2009

CAPITULO 49

CAPITULO 49

Ángel se pasó todo el camino excitado. ¿Qué sorpresa podría ser? La verdad es que, con todo lo ocurrido esos últimos días, el pobre no estaba para pensar en nada. ¡Pero qué más da! Lo importante es que Dani y él seguían juntos (a pesar del problema de memoria de Dani, pero Ángel ya se estaba acostumbrando). Dani conducía por la ciudad. ¿Acaso sabía dónde ir? Cada día que pasaba, Dani conseguía una pieza más para su puzzle cerebral, atando cabos con ayuda de Ángel. Y le veía ahí, a su lado, en el asiento del copiloto, alegre, contento, con los ojos brillando como un árbol de navidad. En ocasiones, llegó a pensar que no le hacían falta los faros del coche, con poner a Ángel bastaba…

Ángel parecía un perro, excitado, mirando a todas partes. Sólo le faltaba sacar la cabeza por la ventanilla. Dani pensaba en ello y se sonreía. Si así estaba por la sorpresa, ¡cómo se pondrá cuando lo sepa todo! La verdad es que los dos se merecían un descanso después de todo lo que les ha ocurrido, sobre todo a Ángel. A pesar de tener ya casi cuarenta años, aparentaba casi sesenta. Los sustos y disgustos que se ha llevado en su vida le han envejecido sobremanera, pero seguro que lo que Dani le había preparado le hará volver a tener veinte años. Pero la cara de Ángel se serenó cuando Dani paró el coche.

- ¿Qué hacemos aquí?,- preguntó Ángel, perplejo.

- Ya te lo he dicho: una sorpresa.

- Creo que no quiero saberlo…

Dani sale del coche y abre la puerta del copiloto. Ángel se niega a bajar.

- Venga, tío. No seas como un niño pequeño.

- No,- responde secamente.

- Créeme. Te va a gustar.

Tras unos segundos inmóvil, Ángel acepta bajar del coche. Dani, con el semblante aún alegre, lo lleva dentro del edificio. Al entrar, Dani mira el cartel de la entrada y siguen una raya roja en el suelo. Pasan por innumerables pasillos, preguntando a un par de personas cuando tiene la sensación de haberse perdido, pero al fin consiguen llegar. Encima de la puerta un letrero que pone: “MATERNIDAD”.

- ¿Por qué me has traído hasta aquí?,- Ángel ya no comprendía nada.

Dani le contesta únicamente llevándose el dedo a la boca. Toma a Ángel y lo lleva frente a un gran ventanal que separaba el pasillo de una sala. La sala estaba lleva de cunas. Una enfermera paseaba entre ellas, sonrisa en los labios, mirando el contenido de cada una de ellas con atención. A Ángel se le volvió a iluminar el rostro. Todos aquellos bebés, aquellas personitas que hacían que a cualquiera se le cayera la baba… Ángel se sentía como uno más de ellos. Quería uno, quería dos… ¡los quería a todos! De pronto, recordó al bebé de la noche anterior. Se miró los brazos, las manos… Aún sentía el peso del pequeñín, su olor, su llanto… Y una lágrima brotó de esas estrellas fulgurantes que tenía en el rostro.

Dani dio un par de golpecitos con los nudillos en la cristalera. La enfermera les ve y sale.

- ¿Qué desean?

- Disculpe que la molestemos,- responde Dani -. Llamé esta mañana y me dijeron que aquí estaba el bebé que se encontró anoche…

- ¿Ustedes son quienes le encontraron?,- Dani afirmó con la cabeza. La enfermera les estrecha las manos vigorosamente -. ¡Muchas gracias! Si no llega a ser por ustedes aquél pequeñín hubiera muerto en minutos.

- ¿Podríamos verlo?

- ¡Por supuesto!,- y la enfermera vuelve al cuarto como un rayo.

- Así que eso fue lo que hiciste esta mañana,- responde Ángel, saliendo del shock -. Lo que hacías era llamar a los hospitales para saber dónde habían dejado al pequeño…,- Dani responde con una sonrisa y sacando la lengua, mientras se rasca la nuca.

La enfermera vuelve con una toalla entre sus brazos.

-Aquí está.

Los dos miran la cara del pequeño, dormido. Y lo necesitaba. Después de que casi le cuesta la vida, y todo el ajetreo que tuvo la noche antes, necesitaba dormir. Debía reponer fuerzas.

- ¿Puedo…?,- pregunta Ángel, señalando al bebé.

- ¡Claro!,- la enfermera le alcanza al pequeño.

Ángel, nervioso, lo toma con cuidado entre sus brazos. Y ahí le tenía, acunado entre sus brazos, con la cabecita apoyada en su codo, tapándolo con su cuerpo. Aún sentía el frío de aquella noche. De repente, tenía le necesidad de acariciarle, de tocarle, pero no quería despertarle.

- ¿Saben algo de la madre?,- pregunta Dani -. ¿Alguien le ha reclamado?

- No, pero es muy pronto aún para saberlo.

- ¿Y si nadie lo reclama?

- Si nadie lo reclama en el próximo mes, será llevado a un orfanato hasta la espera de que lo adopten.

Al oír la última palabra, Ángel reacciona mirando a la enfermera y, acto seguido, a Dani. Éste comprende la momento.

- No, Ángel. No puede ser…

Ángel vuelve la mirada al bebé, que sigue dormido, ajeno a lo que ocurre. Ángel se entristece.

- Venga Ángel, dáselo a la enfermera. Que nos tenemos que ir.

La enfermera hace el amago de recuperar al pequeño, pero Ángel se resiste un poco, hasta que, con el corazón compungido, se lo entrega. La mujer comprende el gesto.

- Pueden venir tantas veces como deseen. No les vamos a negar la visita a su salvador.

Dani se lleva a Ángel a rastras. Cuando están a punto de salir, Ángel se vuelve.

- ¿Cómo le han llamado?

- Ángel Daniel.

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