martes, 22 de septiembre de 2009

CAPITULO 8

Capítulo 8

Cuando me volví a despertar, todavía no había amanecido. Ángel seguía durmiendo y yo me quedé mirándole. Lentamente le quité la venda que le envolvía el rostro. Su cara quedó a la vista, llena de arañazos, moratones y sangre reseca. No pude por menos que llorar. Quise acariciarle el rostro, pero temía que se despertara. Quería dejarle descansar… para siempre, no quería que despertara y reviviera lo de ayer, así que me levanté con cuidado y salí de la habitación. No di ni dos pasos cuando alguien me llamó la atención.

- ¿Qué hace usted aquí?

Un médico que estaba de guardia esa noche me tocó el hombro para volverme.

- Eh… Disculpe… Es que vine anoche a ver a un amigo y creo que me dormí en su habitación… ¿Sabe dónde puedo tomar un café?

- Sí, claro. En la cafetería de la planta de abajo…

Recordé en ese momento a los periodistas apelotonados aún a la puerta.

- ¿Y no hay alguna máquina de café en esta planta?

El médico debió de reconocerme y entender mi pregunta, ya que se llevó el dedo a la boca y me tomó del brazo para llevarme a una pequeña sala. Había una mesa y un par de sillas. Una neverita. Encima un microondas. Una percha de la que colgaban dos batas, una gabardina, y una chaqueta de colores brillantes. Un armario al lado. El doctor, al entrar, encendió la luz, cerró la puerta y fue directo a una cafetera de la que me sirvió una taza de café. Yo la tomé con las dos manos. Estaba caliente. El doctor se sirvió otra taza y se sentó frente a mí.

- Su amigo,- me decía mientras servía el café -, ha tenido suerte. Si usted dice que ya ha despertado… Porque las primeras horas de un comatoso son cruciales, ya que en cualquier momento puede dar la vuelta la tortilla,- se sentó delante de mí -. Ahora lo importante es que no le queden secuelas…

- Bueno…,- le contesté con cierta timidez -. Ya sé que no debí hacerlo pero…

- ¿Hacer qué? ¿A qué se refiere?

- Bueno, no es nada, pero cuando me he despertado ahora, no me he podido aguantar y le he quitado la venda de la cara…

- ¿Y cómo le ha visto?,- me preguntó, no sin cierta desaprobación en su mirada.

- Lleno de moratones y heridas,- mi voz comenzó a ahogarse.

- Normal tras un accidente de aquellas características. Pero bueno, en cuanto despierte iremos a verle y a hablar con él. Y bueno…,- se levantó -, si lo desea, puede irse un momento a su casa a lavarse. No querrá que su amigo le vea así…

- Tranquilo. Ángel me ha llegado a ver mil veces peor,- contesté con una sonrisa.

El doctor salió de la sala y yo me quedé en la sala, sentado, aún con la taza entre las manos, mirando cómo se desvanecía el calor del café. Estaba tan absorto que no pensaba en nada. ¿Sabéis a qué me refiero? Que estás con la mirada vacía, pareciendo que estás pensando en algo, pero realmente tienes la mente en blanco. Llegué a salir de mí, no tenía conciencia ni de mi propia existencia. No sentía ni el último grado de calor del café. No percibía lo que había a mi alrededor. Los pasos de las enfermeras fuera de la sala eran inaudibles para mí, sus conversaciones eran lejanas, la luz del cuarto llegó a volverse oscuridad durante un instante, hasta que el doctor abrió de golpe la puerta.

- ¡¡¡Venga conmigo, deprisa!!!

Me levanté tan rápido que creo que llegué a derramar el café. El doctor llegó jadeando, con cierto pavor en la mirada, pavor que me transmitió a mi ser. Salió corriendo y yo detrás de él. No conseguía articular palabra para preguntarle, pero me dio una corazonada, ya que veía a un par de enfermeros entrar corriendo en el cuarto de Ángel. Cuando entré, varios enfermeros y enfermeras trataban de sujetar a Ángel a la cama, un Ángel totalmente fuera de sí, dando alaridos aterradores y lo único que entendí entre tanto griterío fue mi nombre. Vi al doctor descubrir una aguja hipodérmica. Cuando le dio los golpecitos y se fue hacia Ángel, yo, no sé por qué, me adelanté, aparté violentamente al doctor y me acerqué hasta Ángel.

- ¡¡¡Ángel!!! ¡¡¡Ángel, estoy aquí!!!

Ángel me vio, nuestras miradas se encontraron. Ángel tenía la cara totalmente empapada en lágrimas. En ese momento, el tiempo pareció detenerse, hasta que instintivamente nos abrazamos. Lloramos como nunca habíamos llorado (¿aún me quedaban lágrimas?). Con un gesto, el doctor despidió a los enfermeros y él, guardando la aguja, también se despide, cerrando la puerta.

- Creí que te habías ido,- me dijo Ángel entre sollozos.

- Y así fue… Pero para tomar un café.

- Al no verte creí que estabas en el baño y te llamé, pero no contestabas. Entonces pensé que te habías ido…,- aquella última palabra tenía un sentido abismalmente desolador para nosotros dos en ese momento.

- ¡Ey! ¿Qué te dije anoche? Que jamás me separaría de ti.

- Me vi tan sólo…

- Y jamás lo estarás…

Nuestras miradas se volvieron a encontrar. El tiempo se volvió a detener. Me olvidé por completo de todo lo que había a nuestro alrededor. De su rostro, con la hinchazón tan característica de la heridas. Le miré a los ojos y me perdí, me perdí en ellos. La negrura de su pupila me envolvió, y sólo pude salir gracias al reflejo que en sus ojos había de la luz de la habitación. Y no sé por qué, nos besamos.

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