sábado, 19 de septiembre de 2009

CAPITULO 6

Capítulo 6

Moví el picaporte de la puerta y lentamente abrí. Tardé en ver dentro, ya que, no sé por qué, lo hice todo con los ojos cerrados.

- ¡Dani!

Oir mi nombre me hizo abrir los ojos de repente. Por un momento pensé que era Ángel, que estaba bien, que no había pasado nada. Pero no... No era él, a pesar de que estaba de cuerpo presente en aquella habitación que, sin saberlo, me empezó a oler a desinfectante en extremo. Quienes exclamaron mi nombre fueron Cristina y Jose.

- ¿Qué hacéis aquí?

- Sólo permitían dos personas,- me contestó José mientras avanzaba hasta mí y me dio un abrazo. Cristina estaba sentada en una silla, al lado de la cama de Ángel, acariciando su mano. Cristina en verdad había llorado, se notaba, porque entre lo rojos que tenía los ojos y la sombra de ojos corrida, parecía como si ella también hubiera sido victima del accidente. Jose entonces fue hacia Cristina y, tocándola los hombros, la dijo -: Vámonos, dejemos a Dani un rato con él...- Y se llevó a Cristina casi a rastras, mientras ella no dejaba de mirar a Ángel.

Cuando salieron, cerré la puerta. Cuando la cerradura encajó, dejé mi frente descansar sobre la madera de la puerta y dejé que un par de lágrimas salieran de mis ojos. No me podía creer lo que estaba pasando en aquellos momentos... momentos silenciosos rotos únicamente por el pitido de la máquina que controlaba las constantes del enano, y por el pulmón mecánico que aún ayudaba a Ángel a seguir en este mundo. Me volví y me senté en la misma silla donde instantes antes estuvo Cristina. No me atreví a hablar. Tan sólo me limité a mirarle. Estaba ahí..., sobre la cama..., como si no hubiera pasado nada... La cabeza la tenía vendada prácticamente por completo; aún se podían ver sus ojos y su boca, tapada por la mascarilla del pulmón mecánico al que los médico le tienen pegado. Instintivamente le tome de la mano, apenas pude articular palabra (salvo un débil "Ángel..."), antes de derrumbarme. Cabizbajo, terminé de desahogarme por completo. Ya en aquel momento me daba igual la causa de sus repentinos cambios de humor de aquella mañana. Lo único que quería era que despertara. Hasta que algo me hizo volver. Con los ojos como platos veía cómo su mano estrechaba con cierta fuerza la mía.

- Dani...,- un hilo de voz salió de su tapada boca a la vez que me volví para ver su rostro.

- Ángel..., ¡Ángel! ¡Estás despierto! Debo avisar al resto...,- intenté levantarme, pero Ángel aún me tenía sujeto por la mano. Con la otra se quitó la máscara de la boca y me dijo -: Espera, no llames a nadie. Quiero hablar contigo a solas.

Me senté de nuevo en la silla. Mi rostro debió de empezar a devolver a Ángel a la vida, ya que cada vez que me miraba me parecía que mejoraba en salud.

- ¿Qué tal te encuentras?,- le pregunté, ya con las dos manos en la suya.

- Como si me hubieran atropellado...,- no pude por menos que sonreir, pero una sonrisa amarga -. ¿Qué ha pasado?

- ¿Qué recuerdas?

- Recuerdo que me despedía de ti y montaba en el coche de Pilar... Después me veo aquí..., contigo...

- ¿No recuerdas nada más? No sé..., por ejemplo..., ¿de lo que hablaste con Pilar antes de...?

Ángel permaneció en silencio. Sus ojos, sus ojitos, brillaban de una manera que jamás había percibido antes en él. Quizás tenía amagos de llorar, quizás la luz de la habitación se reflejaba en sus pupilas de una manera mágica, quizás todo se debiera a que tenía los ojos casi cerrados.

- ¿Pilar está bien?

- Sí, está bien. Parece ser que tan sólo se ha partido la piernas, pero sobrevivirá...

- Entonces, ¿te lo ha contado?

- No, sólo me ha dicho que debías ser tú quien me lo dijera.

- Bueno, Dani. Creo que esto ha sido una señal del de arriba para que te lo diga de una vez por todas, aunque comprenderé que después de lo que te voy a contar no quieras volver a verme en la vida...

- Jamás, ¿me oyes, enano? ¡Jamás! Yo siempre estaré contigo a la duras y a las maduras. Como cuando no éramos más que unos mocosos que jugaban a la rayuela en la Barceloneta.

- Te voy a decir el por qué de mis cambios de humor de esta mañana... Y es que he tenido unos días horribles... Y todo porque he llegado a la conclusión, inaceptable para mí, de que... que...,- Ángel tragó saliva, pero le dolía, tanto físicamente por los dolores, como anímicamente.

- Vamos, Angelote...,- le dije mientras apretaba su mano.

- Dani..., es que..., creo que yo..., yo...,- ya no había duda, sus ojos comenzaron a llorar y movió la cabeza para que no le viera. Me abalancé sobre él.

- ¿De qué tienes miedo? ¡Que soy tu amigo desde siempre, coño!

- Soy gay.

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