sábado, 26 de septiembre de 2009

CAPITULO 12

CAPÍTULO 12

- Y ahora, en primicia, unas imágenes heladoras,- decía una voz sin rostro. Y, al momento, un fragmento del video grabado por aquel periodista a la puerta del hospital.

- Sí,- decía él, a la cámara, en una sala -, me han amenazado.

Música de suspense.

- ¡¡¡Serán cabrones hijos de...!!!,- Ángel no me dejó terminar.

- Tranquilo Dani, recuerda lo que me dijiste antes de aquello. Que eso es lo que quieren para conseguir audiencia. Lo mejor es dejarlo pasar.

Si me viera en un espejo, o me hicieran una foto en ese momento, puedo asegurar que mis ojos estarían inyectados en sangre, a punto de estallar de rabia.

- Lo mejor es no hacerles caso,- prosiguió el pequeñín -. Si no les haces caso, lo olvidarán y te puedo asegurar que si nadie se mete en medio, en menos de un mes ya ni ellos mismos se acordarán.

- Pero lo más impactante,- comentaba el presentador -, son las imágenes que se captaron momentos antes del incidente.- Y nuevo cebo, con imágenes del programa, NUESTRO programa. Escenas que, según guión, salíamos los dos: cogidos de la mano, o bailando juntos, o dándole a Ángel un beso en la mejilla, o Ángel soplándome en la oreja (durante el informativo). Y un mensaje sobre fondo negro: "Ángel y Dani... ¿más que amigos?"

- ¿Te lo dije o no te lo dije?,- pregunté bastante histérico -. ¡Al final ese periodista de pacotilla se va a salir con la suya! Que nos han grabado, tío, ¡que nos han grabado en la habitación del hospital!

- ¿Y qué?

- ¿Cómo que y qué?,- me exasperé todavía más ante la pasividad con que me respondió Ángel -. Pues que ahora, cada vez que salgamos a la calle, habrá toda una legión... ¿qué legión? ¡Un ejército entero de cámaras persiguiéndonos y haciendo preguntas!

Ángel me tomó de las manos y me miró a los ojos. No sé por qué, pero Ángel tiene la extraña capacidad de calmar a la gente con sólo una mirada. Vamos, como Orfeo, pero sin lira y sin música.

- Dani, olvídalo. Tú ni caso...

- Es que es muy pronto para que la gente lo sepa...

- Dani,- junto nuestras manos en un único puño -. Sólo tú sabrás cómo actuar cuando sea el momento oportuno.

¿Cómo? ¿Y esa frase? ¿La ha leído en una botella de licor chino? ¿O le ha salido en un juego del facebook? La verdad es que yo no entendí nada. Sólo sé que en ese momento nos llamaron a los dos a la vez al móvil.

- Número desconocido...,- susurramos a la vez -. No creo que sea ninguno de estos,- proseguí yo -, porque si estuvieran viendo esto, nos llamarían, sí, pero no ocultarían el número.

Ángel no sólo no colgó su móvil, sino que lo apagó. Yo le imité.

- ¿Ves?,- me dijo -. Así ya no nos molestan.

- Pero, ¿y la tele?

Entonces Ángel hizo algo simple, pero heroico (en cierto modo): cogió el mando y apagó la televisión.

- ¿Mejor?

- ¿Y los demás que lo estén viendo?

- ¡Pues que lo vean y que piensen lo que quieran! No nos van a quitar el sueño por unas imágenes que pueden significar mil cosas y ninguna a la vez. ¿Sabes esos juegos que son un dibujo que te preguntan que qué ves, si una taza o dos caras, y, según quién, te contestan una cosa o la otra, y la respuesta es que son los dos dibujos a la vez? Pues esto es lo mismo: cada uno verá lo que quiera ver (eso sí, este programucho guiará a sus espectadores a ver lo que ELLOS QUIERAN que se vea).

Y nos quedamos un rato en silencio, mirándonos a los ojos. Hasta que Ángel rompió el hielo.

- Por cierto, muy buena la cena. Saludable. Aunque le ha faltado un poco de sal.

Ángel me soltó las manos, dejó la servilleta en la mesa, puso el plato en su regazo y se dispuso a irse cuando le detuve.

- Espera, que ya me lo llevo yo,- y tomé el plato y lo llevé hasta la cocina. Mientras, Ángel intentaba dominar la silla.

- Déjame,- me dijo cuando volví para ayudarle -. Algún día tendré que saber manejarla, ¿no?

- Sí, pero no será para siempre. Ya sabes que ha dicho el doctor que puedes caminar...

- Pero, hasta entonces, tengo esto,- y se fue él solito hasta la habitación.

- ¿Quieres... quieres que te ayude?

- Bueno, sí...

Abrí la cama y le ayudé a acostarse.

- Dani,- me dijo ya acostado -. No le des más vueltas. Que no te quiten el sueño. Mira, si mañana amaneces con insomnio, espero que sea por los nervios de volver al programa, porque como sea por esos mamarrachos...

No sé cómo lo hace, pero siempre consigue sacarme una sonrisa. Ese era mi Ángel, el que yo conocí en Barcelona, aquel joven tímido que uso su gabardina para imitar a un fantasma porque era lo único que tenía a mano, ese chaval que en Noche Sin Tregua supo crear el personaje que en Se Lo Que Hicisteis le ha dado la fama que no se merece... Porque no se la merece (en el buen sentido, no sé si me entendéis).

Me fui de la habitación y cerré la puerta. Yo me fui a la mía. Me acosté, pero no conseguía conciliar el sueño. Eran los nervios, seguro. Los nervios de que Ángel ya estaba en casa, los nervios del accidente, los nervios de que el programa vuelve después de dos meses sin emitir por aquello. Pero no, eran nervios por esas malditas imágenes. Quería gritar, quería llorar, quería reír..., pero no podía. Miraba el reloj, y pasaban los minutos como si fuesen horas. Era imposible conciliar el sueño. Así que hice una cosa, sólo una, que hizo dar un giro de 180 grados a mi vida. Así que me levanté, salí de mi cuarto y llamé a la puerta de la habitación de Ángel. La entreabrí un poco.

- Ángel...,- Ángel se revolvió en la cama y se giró hacia mí -. ¿Puedo dormir contigo?

Ángel, lejos de quejarse por haberle despertado, me invitó a acercarme. Yo, tímido a más no poder, llegué hasta la cama y me senté.

- Hay sitio de sobra para los dos... Que no te dé corte. Si ya dormimos juntos varias veces antes, ¿no te acuerdas?

Es cierto, cuando empezamos a vivir por nuestra cuenta, tuvimos la necesidad de dormir juntos en el mismo sitio: el coche, una cama en nuestro primer piso compartido, en un banco cuando viajamos a Nueva York... Pero jamás llegamos tan lejos como aquella noche...

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