jueves, 24 de septiembre de 2009

CAPITULO 10

Capítulo 10

- No puedo aguantar más,- decía insistentemente Ángel mientras recogía las cosas de la habitación -. Tengo unas ganas increíbles de estar ya en mi saloncito, sentarme en mi sofá y ver mi televisión. Y dormir en mi camita. Y escribir mis guioncitos...

Acabábamos de firmar el alta. Pero yo no le presté atención. Estaba mirando por entre la persiana de la habitación.

- Joer, Dani, tío. Alégrate, o finge alegrarte, ¡que no me he muerto!

Yo no podía apartar la mirada de la ventana.

- Llevas toda la puñetera mañana mirando por la ventana. ¿Qué buscas?

- Siguen ahí,- contesté a media voz.

- Tranquilo,- Ángel se me acercó cojeando, apoyándose en una muleta -. Cuando salgamos pues ni caso.

Mis nervios estaban a flor de piel. Sabía que si atravesaba esa marabunta humana estallaría y me liaría a hostias con todo aquel que se me cruzara. Cerré fuertemente los puños. Ángel se me acercó, me tomó de los hombros y me susurró:

- Es sólo medio minuto. Un minuto entero a lo sumo. ¿Podrás aguantar ese tiempo sin romper cámaras?

- No es eso,- le respondí, volviendo el rostro un poco, y posando mi mano sobre una de las suyas en mi hombro -. Es que, desde el accidente, te veo tan indefenso que cualquier cosa, por muy ínfima que sea, la veo como un gran peligro para tí, para mí... Para los dos...

- ¿Y los chicos? ¿No han venido hoy?

- Les he llamado yo para pedirles que no vinieran. Imagínate la que se armaría si estamos todos aquí,- Ángel consiguió entonces separarme de la ventana para asomarme a sus ojos -. Además, ya sabes que nunca me separaré de ti. Una promesa es una promesa.

Nos abrazamos en silencio.

- ¿No crees que lo mismo ahora nos estén sacando fotos?,- me susurró Ángel al cabo de un rato.

- ¿Y?

- ¿Qué dirías si te preguntaran?,- me miró a los ojos.

- No sé... Lo mismo digo que nos abrazábamos porque salías del hospital...

- ¿Y si insinúan que...?

- Pues...,- le corté -, pues diría que sí, que somos pareja. ¿Qué pasa?

El tono macarrilla con que me salió esta última frase alegró a Ángel, quien dibujó una media sonrisa en su rostro. Se volvió para terminar de empaquetar las cosas que entre todos le trajimos para su estancia en el hospital. Yo le ayudé con la cojera resultante de su accidente, y terminamos entre los dos la maleta. Aquel silencio, para nada incómodo para nosotros, quedó interrumpido por la llegada del doctor.

- Traigo una silla de ruedas para el convaleciente.

Ángel me dio la muleta y, dando saltitos, se sentó en la silla.

- Por fin un poco de quietud,- suspiró -, que llevo todo el día de pie sin parar.

- Pues es mejor que descanse algo,- contestó el doctor -, pero no se olvide de dar algún pequeño paseo de, por lo menos, diez o quince minutos al día. No plante del todo el pie, ni vaya muy rápido. Poco a poco.

- ¿Podrá hacer el programa?,- pregunté.

- Hombre... Si no le hacen levantarse mucho, sí, no veo ningún inconveniente.

Poco después estábamos de camino a la puerta del hospital. Veía cómo se apelotonaban ante la puerta, ansiosos de conseguir un pedazo de carne fresca. Yo estaba empujando la silla de Ángel, mientras él, con gafas de sol (a petición mía), llevaba sobre sí la maleta. El doctor se ofreció a acompañarnos, reclamando para sí la atención para poder explicar lo acaecido, para así nosotros poder huir del lugar. Buena teoría, pero la práctica...

Ya estaban todos los focos encendidos, los flashes ya empezaban a destellar y los periodistas ya comenzaban con las preguntas, a pesar de que nosotros aún no podíamos oírles. Ángel notó que estaba apretando el manillar de la silla.

- Aguanta Dani, aguanta...,- me susurró justo antes de salir por la puerta.

Al cruzarla, la marabunta se arremolinó en torno a nosotros, mientras el doctor, en vano, pedía micrófonos para explicar las operaciones llevadas a cabo. Cientos de palabras pronunciadas a la vez por diferentes voces comenzaron a marearme. A Ángel le veía cabizbajo, agobiado. Yo no podía más, necesitaba urgentemente desquitarme del nerviosismo tan agudo que empezaba a tener, pero ver a Ángel me tranquilizaba... Me tranquilizaba y me enloquecía a la vez. Entonces, un periodista, con dos bemoles, se puso en medio del camino, sin dejar pasar, y comenzó a interrogar a Ángel, quien volvió el rostro. Yo intenté pedirle que se apartara, pero una barrera mediática me lo impedía. El doctor trataba de hacerse hueco entre aquel mar de personas que nos rodeaba a Ángel y a mí, pero, como la marea del mar, le rechazaban. Ángel, tímido, pedía permiso para pasar, pero el periodista seguía en sus trece. Yo alargué mi brazo para que me atendiera y le pedí por favor que nos dejara pasar, pero se me encaró arguyendo que era su trabajo.

- Por favor, es que no nos deja pasar...,- le respondí.

- Oiga, no me he quedado aquí durante tres días con sus tres noches para ahora irme de vacío.

- Ya, lo entiendo, pero comprenderás que después de dos meses en el hospital...

- ¡A mí, como si son dos años! Yo de aquí no me voy sin que me contesten.

- Pues mira tú, que yo te voy a contestar,- los nervios ya no estaban a flor de piel, sino que mi piel ya había hasta echado frutos. Por poco no le golpeé porque Ángel se volvió para mirarme y me tomó de la mano.

- Vámonos, no hagas caso...,- me dijo.

Y nos fuimos, pero yo no podía apartar mi enfurecida mirada de la arrogante del periodista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario