martes, 29 de septiembre de 2009

CAPITULO 14

CAPÍTULO 14

Un ruido me despertó. Era el despertador. Ya eran otra vez las seis de la mañana. Apenas pude dormir unas pocas horas. Lo apagué y seguí durmiendo. Eso era algo raro en mí, ya que por poco que durmiera, si me tenía que levantar luego temprano, lo hacía, durmiera ocho horas u ocho minutos. Pero aquella vez no me apetecía nada levantarme.

- Venga, Dani, tío, levántate...,- me dijo un Ángel totalmente somnoliento. Me movió el hombro mientras él se incorporaba.

Un momento... ¿desde cuándo era él el madrugador y yo el remolón? Pues sencillamente desde que hicimos el amor. A partir de ahí dejamos cada uno de ser quienes éramos para dar rienda suelta a nuestro subconsciente y nuestra dormida naturaleza animal. Noté la puerta de la habitación abriéndose. Hice lo mismo con uno de mis ojos y, en la penumbra, vi a Ángel salir de la habitación.

- ¿Adónde vas?

- A una entrevista de trabajo,- me respondió socarrón -. ¿Adónde crees? Me voy a la ducha, que desde el accidente no me he podido ni lavar las manos,- y se metió en el baño.

Yo ya conseguí despertarme y me quedé mirando al techo, con la imagen de Ángel de espaldas desnudo. La verdad es que es pequeñito... ¡pero qué hombre! Entonces comencé a recordar lo ocurrido esa misma noche... Los besos... Las caricias... Su aliento sobre mi rostro, o más bien, sobre mi nuca... Su voz jadeante en mi oído... Sus gotas de sudor empapando mi cuerpo... Y los momentos de éxtasis llenos de dulce furia y agradable violencia... Pero desperté de esa soñada realidad, gracias, sobre todo, a Ángel. Estaba en la ducha... cantando. Jamás había oído a Ángel cantar..., miento, jamás le había oído cantar en la ducha. Como mucho tarareaba algo, o silbaba, pero jamás llegó a dar esos berridos. La verdad es que como buen músico, no se le daba nada mal, pero me animó a levantarme y golpear un par de veces la puerta del baño con los nudillos.

- Ángel, tío, córtate un poco, que son las seis de la mañana.

- ¡Perdón!

Sonriendo, me fui a la cocina a seguir con la rutina que dos meses atrás se vio tan repentinamente interrumpida: cafetera, cama, y aproveché para deshacer el equipaje de Ángel (y para ponerme los calzoncillos... ejem...). Cuando Ángel salió de la ducha, se fue directo a por su taza de café, toalla a la cintura, mientras yo daba los últimos sorbos a la mía. Ángel estaba totalmente radiante, incluso llegué a pensar que se le curó la cojera, si no fuera por los pequeños saltitos que daba al tratar de desplazarse y porque se apoyaba en paredes y muebles. Al sentarse, me miró alegre. Yo le respondí de igual manera.

- Veo que hoy nos hemos levantado de buen humor, ¿eh?,- le dije.

- Así es. ¡Por fin he vuelto a casa!

- Ya era hora... Que he tenido que hacer tus tareas.

Aquello le hizo gracia, tanto que casi le da un ataque de risa. A mí también, hasta que me puse algo más serio.

- Esto... Ángel... Sobre lo de anoche, yo...

- Tranquilo,- me cortó -. No hay nada de qué hablar...,- se quedó cabizbajo y muy serio. Ya no me miraba a los ojos, ni siquiera me miraba ninguna parte del cuerpo -. La verdad es que no sabía lo que hacía. Te pido perdón, tío. No sé qué me pasó, qué se me pasó por la cabeza... Comprendo que ahora no me quieras ni dirigir la palabra...

- No, no, no,- le tomé de las manos -. No te avergüences de ello. Yo no lo hago.

Ángel me miró. La verdad es que pude adivinar en sus ojos el sentimiento de culpabilidad que estaba haciendo mella en él.

- Lo siento tío,- me dijo -. No quería aprovecharme de ti. Eres mi mejor amigo, y yo nunca haría algo así a un amigo...

- No,- le volví a interrumpir -. Lo de anoche sólo se puede compartir con un amigo... Y me alegro de serlo.

- Pero yo soy gay. Tú no.

- Quizás ahora me lo empiece a plantear.

- No Dani. No quiero que tires por la borda lo que te ha costado hacer durante toda tu vida por una tontería...

- Oye, Ángel. Lo de anoche no fui ninguna tontería. Es más, fue algo maravilloso, algo tan especial que trataré de recordarlo durante el resto de mi vida hasta el momento en que me toque largarme de este mundo, ¿me entiendes?

- Ya, pero yo no quiero que...

- ¡Ey! No te preocupes por nada...,- y le besé. Noté a Ángel en ese beso que no estaba conmigo -. Ángel, ¿estás conmigo?

- ¿Eh? Sí... Sí...

- No te preocupes. Tú no tienes la culpa de nada. Te quiero, tío. Y siempre te querré...,- y le volví a besar. Y sí, esta vez sí que estaba totalmente conmigo -. Y ahora termínate el café, que en cuanto me duche nos largamos al plató.

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