miércoles, 16 de septiembre de 2009

Capítulo 4

CAPITULO 4

Cuando llegué a casa, apenas eran las seis de la tarde… Creo que fui muy deprisa con el coche, porque deseaba, ¡anhelaba!, llegar ya a casa y prepararlo todo. Tuve suerte de que la policía no me parara ni de tener un accidente (ya lo que me faltaba, matarme sin saber lo de Ángel).

En cuanto llegué, ni me quité la cazadora. Me senté en el sofá del salón y me puse a mirar al frente, pensando en qué hacer a la noche… Si pillaba a Ángel de buenas, pues eso, no pasaba nada; pero como volviera a lo suyo… Bueno, trataría de convencerlo, si no de salir, sí de tomarse algo aquí, en casa… Pero no teníamos alcohol… A lo sumo, cerveza, sí, pero sin alcohol… Tenía que bajar a comprar algo de alcohol… Ángel lo notaría al primer sorbo, por eso había que comprar una marca diferente a la habitual…

Si le pillo de buenas, pues no podría beber alcohol, que igualmente lo notaría, además de que él es de los que piden que se lo sirvan todo a la vista. Por lo tanto, no habría forma de emborracharlo. A no ser…, a no ser que yo le echara unas gotitas de alcohol en la bebida cuando no estuviera atento. Por lo tanto, he de comprar botellitas de alcohol. Quizá una minibotella de whisky o de ron… Pero no mucho, una o dos gotitas por copa, que si no, notaría el sabor.

Entonces eché mano de la cartera y conté el dinero que llevaba encima… poco más de 30 euros.. ¿Habría suficiente? Bueno, no pasa nada, preguntaría el precio y si no hay, pues a buscar un cajero abierto. ¿Algo más? Pues no, creo que eso es todo. Así que me levanté, me metí la mano en el bolsillo, saqué las llaves y me largué con el coche, como bien decía ese ídolo musical, “apatrullando la ciudad”.

Debía ir a tiendas especializadas, nada de ir a los chinos, que vete tú a saber si son ciertos los grados de alcohol que ponen en sus etiquetas. No quiero ofender a los asiáticos que vivan en España, pero estaba tan obsesionado con saber la verdad que lo mismo se me va la mano y… Como Ángel no está acostumbrado a beber alcohol, pues lo mismo…

Me pasé prácticamente el resto de la tarde buscando tiendas buenas que vendieran alcohol, que, quitando chinos y gasolineras, me quedaban más bien pocas. También me metí en los supermercados y grandes superficies donde tuvieran sección de bebidas. De repente, al ver la sección de vinos de un súper, me vino una idea “estúpidamente” mejor: ¿y si le embobaba un poco en la cena, antes de salir, con un vinito? Eso no lo notaría, ya que a Ángel le gustaba también el vino. Empecé, desesperado, a llenar la cesta con botellas y botellas de vino, hasta que una señora que estaba a mi lado me hizo recapacitar. Ella no hizo nada, tan sólo estaba a mi lado mirándome como si dijera con la mirada: “Hay que ver esta juventud, que no saber hacer otra cosa que emborracharse”. La miré a ella, luego a la cesta, y devolví todas las botellas a su lugar…, todas menos una, claro.

Entonces pensé en la cena. ¿Qué podría ir bien con un tinto? Pues algo de carne. ¿Tenía algo en la nevera? No me acordaba, estaba tan obcecado en lo otro, que no me acordaba ya ni siquiera de mi propio nombre. Fui a hacer la compra de toda la cena allí mismo, en el súper. Una ensaladita, o, como buen catalán, alguna pantumaca de entrante…, un filete con sus patatitas…, una copita de vino…, luego otra… Estaba viendo la presentación en mi mente mientras esperaba en la cola que llegué a sonrojarme y salirme una risilla tonta de mi garganta. Si Ángel veía aquello de la forma en que me lo estaba imaginando, saldría por la puerta con los ojos como platos.

- Ya sabía yo que eras un poco raro,- sería lo más probable que dijera.

Llevaría más a segundas lecturas si hubiera velas, música de fondo, y encima luego ir de fiesta. Seguro que acabamos bailando en una discoteca de Chueca. ¡¡¡Y ligando!!! Bueno, con lo que es Ángel, cada vez que alguno se le acerque seguro que me abraza y diría: “Ya estoy con alguien”. De ahí a portada de DEC hay un paso…

En cuanto llegué a casa, ni me quité la chaqueta (nuevamente). Me fui directo a la cocina y empecé a sacar las cosas de las bolsas, cuando me llaman al móvil. Vi el número y era Ángel, luego, instintivamente, miré el reloj. Ya casi eran las nueve. O llamaba para decir que llegaba tarde a cenar…, o que no cenaba. Si era lo segundo, adiós a mi “malvadamente” perfecto plan. Lo cogí, no sin ocultar cierta ilusión y alegría. La voz del otro lado me llegó a contrariar.

- ¿Daniel Mateo?

- ¿Á… Ángel?

- No, soy Julián Diéguez, ATS del Hospital de la Paz…,- ¡¡¡Ay Dios!!! -. Lamentamos tener que comunicarle que Ángel Martín acaba de tener un accidente,- de la impresión acabé sentado en el suelo, con los ojos saliéndose de sus órbitas -. También tengo la dolorosa labor de decirle que la señorita Pilar Rubio también ha sido víctima del mismo accidente… ¿Señor Mateo…? ¿Está ahí…?

- S.. sí, sí, aquí sigo… ¿En La Paz?

- Así es…,- y colgué. ¡No me lo podía creer! Ángel y Pili…, ¡un accidente! Me quedé un rato en el suelo de la cocina, con la mano en la frente, tratando de asimilar aquello, hasta que de repente, me veo en el coche, corriendo como loco, hasta llegar al hospital.

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